Sueño en una pesadilla



He despertado hace una hora, el mundo parece normal y en perfecta armonía, rutinas, ruido, trabajo, radio, televisión. Como todo los días, visto mi traje formal de corbata negra, me cepillo los dientes y no desayuno por dos razones, debo verme en forma como el mundo lo exige y no tengo tiempo para hacerlo, cierro la puerta de mi casa con tres candados para evitar la desagradable sorpresa de un asalto y camino a pasos alargados hacia la parada de autobuses.


Camino por la acera derecha de una calle “X”, miro niños vendiendo chicles y animales rebuscando en la basura como plagas; mientras la gente con posibilidades de vivir los ignora. Al llegar a la parada algo extraño sucede, de repente los autos se alejan, el claxon de cada uno es reemplazado sistemáticamente por relinchidos y cascos de caballo golpeando el asfalto, llegando uno tras otro, reemplazando a los autos y siendo conducidos por oficinistas encadenados..
No pudiendo dar crédito a lo que mis ojos estaban viendo, creí que se trataba de un desfile o un mal chiste pues traía prisa. El semáforo cambió de verde a rojo y quise cruzar la avenida a toda velocidad, los jinetes señalaron hacia el horizonte, las casas de bloques grises y los páramos y montañas fueron reemplazados sin darme cuenta por una enorme ciudad llena de rascacielos con nubes oscuras y en el centro de éstos una enorme pirámide que en la cima traía un ojo verde que todo lo miraba, al tratar de cuestionar noté que mis manos estaban encadenadas emulando a los oficinistas, nuevamente cambió de color el semáforo y los cientos de caballos corrieron desenfrenadamente hacia mí..
Todo oscureció, despierto sobresaltado y el resuello me obligó a acercarme hacia la ventana, llueve en la calle y unos cuantos niños juegan en los charcos de agua a la guerra; es domingo. Me levanto y enciendo la estufa con una olla de agua para servirme un café, prendo mi pantalla plana y un flash informativo roba mi atención. La guerra estalla de nuevo entre diez países, los “buenos” culpan a los “malos” de crear supuestas bombas atómicas, aunque se rumorea que los “buenos” no son tan “buenos” porque invaden a los “malos” por obtener sus recursos naturales y cuando los “malos” depongan las armas, no van a ser tan “malos” pues van a pedir préstamos a los  “buenos” que van a dárselos en cómodos intereses porque tratan de ser “buenos” ante el mundo.

Apago el televisor y una llamada entra a mi black berry, contesto, y la voz grave de un señor me informa que se ha logrado firmar grandes tratados con las corporaciones privadas existentes en los países en guerra, un monto de doscientos mil billones de dólares serán recaudados en apenas cinco años; el hombre habla con cierta frialdad y alegría asegurando que los medios de comunicación se encargarán de poner al resto del mundo en contra de los “malos” y que obligarán a los nuevos presidentes a aceptar los altos intereses de “nuestros” bancos a cambio de su vida. Un vago sentimiento de alegría florece en mi interior, cuando apago el celular me acerco nuevamente hacia la ventana para verificar si llueve aún. 



Llueve todavía, tras los ventanales de mi rascacielos piramidal millones de billetes verdes caen del cielo y la gente que está fuera se mata por uno solo, sonrío porque soy consciente que toda esa gente va a depositar su dinero en mi banco… de repente se abre la puerta y mi hijo entra muy feliz, y pregunto — ¿Sebastián porque sonríes tanto? — señala hacia el horizonte, la guerra se libra frente a mis ojos, gente mutilada, gente acribillada, muerta, no por su nación, no por sus ideales, muerta porque yo así lo quiero, comprendo que mi hijo sonríe pues heredará toda mi fortuna, cuando lo miré de nuevo, hala el gatillo de una pistola y la bala atraviesa mi cráneo. 
Todo se vuelve oscuro nuevamente y abro despacio mis ojos para verificar la realidad de mi mundo, parece normal; me levanto, tomo café y voy hacia el trabajo, dos horas en auto bus son suficientes para dormir un poco… llego a mi trabajo, visto mi uniforme blanco como mis compañeros, hoy es día de paga y se sienten muy felices; los sigo sin pronunciar palabra y al llegar hacia la máquina de donde sale por medio de una banda giratoria el producto a empacarse, vienen hacia mis manos cientos de billetes, mi trabajo es contarlos uno a uno hasta formar paquetes de cien y guardarlos en cajas para luego quemarlos… sí quemarlos.
Trabajo arduamente durante diez horas, con solo quince minutos libres para almorzar, al terminar mi turno nos llaman a cada uno hacia la oficina y recibimos nuestra respectiva paga, la misma que se terminará casi en su totalidad el siguiente día al pagar las deudas del banco, que es donde trabajo; mañana he de quemar el dinero que tengo en mis manos.



Regreso a casa, abandono la gran pirámide verde; está oscuro y los postes no alumbran lo suficiente para caminar con seguridad, al doblar en una esquina cinco hombres me arrinconan y piden todo mi dinero, trato de defenderlo con la vida pues de éste “sobrevivo” traté de escapar pero uno de ellos me golpeó en la cabeza con un bate; otro me apuñaló la espalda mientras otro me golpeaba en el suelo y yo moría.
Otra vez todo oscureció, poco a poco mis párpados ven la luz, soy expulsado del vientre de una mujer hacia el exterior, lloro por la dureza con la cual el doctor sujeta mi frágil cuerpo y me limpia con una manta, horas más tarde me llevan hacia la mujer a la cual llamaré madre, me mira con desdén, llora, me abraza, me amamanta, me acurruca entre sus brazos, se pone distante y me habla. Por primera vez escucho su suave voz, me explica entre lágrimas que no puedo vivir, que he de arruinarle la vida, que es muy joven y no consigue trabajo, hay poca agua en el mundo y los alimentos baratos son basura, sonrío a sus palabras pues no entiendo lo que dice, de repente se ahonda su llanto y coloca su cálida mano sobre mi cabeza, me acaricia y luego cubre mi boca junto con mi nariz, no entra aire a mis pulmones y no puedo llorar, la miro, es hermosa y pienso que la amo mientras el oxígeno escasea en mis pulmones, pataleo para canalizar mi desesperación, mi piel se pone pálida y miro por última vez el rostro de mi “madre”.
La oscuridad me rodea otra vez, abro los ojos dándome cuenta de mi realidad y estoy sentado junto a mi árbol de higos frente a los cultivos en mi terruño inmortal, desfilan ante mí personas que conozco, todas sonríen, se ven felices, algunos han llegado hoy y logro darme cuenta que tras los cultivos de maíz llega mi padre, se sienta junto a mi preocupado por mi triste apariencia y le comento el sueño que tuve, mientras estaba escuchando yo casi lloraba por las atroces visiones de mis pesadillas, tanta gente matándose unas a otras por un pedazo de papel verde, era como haber vivido en el infierno dije —¿podría existir un mundo tan egoísta padre?
Me aseguró que fueron tiempos de tristeza cuando los hombres vivían así, cuando el amor era un sentimiento opacado por el dinero, por el éxito que prometían los que lo controlaban, aunque sabían que era casi inalcanzable, la gente vivió esclavizada sin caer en cuenta de ello mientras televisoras y radios hablaban de libertad, porque les acostumbraron a creer que la naturaleza humana era salvaje y que tener lujos era una necesidad básica, más que el amor, la felicidad, incluso más que la vida misma, era un mundo en el cual si no eras apto para producir no eras nadie.
Mi padre hablaba con gran tristeza de aquel pasado, cuando pregunté cómo había cambiado todo, solo respondió — Cuando unas cuantas personas decidieron ir en contra corriente, crearon un caos del orden establecido, todo lo que el hombre había forjado por siglos se perdió en una guerra que casi consume al mundo, cuando ya no tuvo la gente algo siquiera para alimentarse, se dió cuenta que los billetes y las monedas no se podían comer.
Mi padre, se retiró pidiéndome que descanse un poco más para trabajar la tierra y estudiar en la tarde, así que me arrimé nuevamente a mi árbol de higos con mi mente puesta en mis sueños anteriores, cierro los ojos.

Todo oscurece nuevamente, despierto cuando suena la alarma de un reloj ¿es esta la realidad?... No lo sé.
Escrito por: Christo Herrera

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