Cartas de un amor secreto

Flor era la más hermosa joven que vivía en una pequeña aldea, ubicada en las faldas de un volcán; la muchacha estaba por aquel tiempo, ilusionada y feliz, pues a su puerta cada noche llegaban cartas de amor, alhajas de oro y bellos poemas, por esa razón contaba las horas con gozo, pues contraería matrimonio con José. Flor había aceptado con seguridad el matrimonio, cuando su novio aseguró ser quien enviaba sin vacilar aquellos presentes.

La comida estaba siendo preparada, los regalos de bodas no se hacían esperar, y la hermosa muchacha solo aguardaba el momento para ser la esposa de José; sin embargo, llegó a su humilde hogar fabricado en adobe, una señora de semblante triste anunciando la muerte de su novio, quienes realizaban los preparativos en casa, la apabullaron con furia, pidiéndole que no hiciera chistes de mal gusto, mas la señora cayó de rodillas frente a Flor, rogando disculpas por ser ella quien tuviera que informarle tan malas noticias.

—¡Flor!, José ha muerto degollado la noche anterior… lo encontramos hace una hora en la puerta de su casa… — dijo sollozando a los pies de la muchacha, quien abatida por la noticia se desplomó abruptamente, cayendo sobre sus rodillas y mirando hacia un punto exacto del suelo.

—Mi niña… — anunció espantada la madre de Flor, quien quiso abrazarla, mas la muchacha sin uso alguno del raciocinio, se levantó de inmediato y corrió fuera de su casa.

Flor cruzó rápidamente la aldea y al no desear ver a su novio muerto, corrió hacia la espesura del volcán. Su instinto, como el de un animal herido, era más poderoso que la fuerza de sus músculos, por ello no se detuvo ni un instante.

La noche arribó rápidamente sobre su cabeza y finalmente al caer rendida sobre la fértil tierra recubierta por hojas húmedas, liberó su furia con profundo llanto y agonizantes gritos, que duraron cerca de tres días, hasta que perdió la voz y casi la conciencia.

La muchacha no se movió de aquel lugar por días, su estómago se había cerrado de tal forma que el hambre era una ligera molestia aplacada por la pena, sentada bajo un árbol miraba sin ánimos los días pasar,  que incluso los depredadores la observaban de cerca sin el más mínimo interés.

Dos semanas después de haber huido de la aldea, al llegar el alba, la muchacha se había despertado recubierta por un pequeño poncho rojo y frente a ella habían algunas frutas, patatas y porotos cocidos, y un cuenco de barro lleno de agua, entre los alimentos había una carta, idéntica en todo sentido a las que José solía escribirle; sin dar crédito a sus ojos, Flor la leyó detenidamente, la letra y el estilo al crear poesía eran las mismas.

La muchacha se reanimó inmediatamente y sollozante leía cada letra del papel escrito, mas antes de regresar a la aldea para buscar a su novio, la carta le indicó que debía resguardarse en el bosque, cada noche recibiría protección y alimento. Y así lo hizo, decidió entonces quedarse a vivir en el bosque, esperando que José se presentase.
Los días transcurrían lentos y solitarios, y cada mañana la hermosa Flor recibía los mismos presentes, más poemas y cartas de amor, Empero, su paciencia se estaba agotando y deseaba con todas sus fuerzas encontrarse con su novio.

—¡Si no te presentas esta noche, juro que regresaré a la Aldea!… — Amenazó Flor gritando hacia la espesura — Y no sabrás más de mí…

Al transcurrir las últimas horas del día, la noche era ataviada a penas por una luna menguante y estrellas bailarinas sobre el vasto cielo; Flor permaneció despierta aquella noche esperando a que sus amenazas fueran respondidas; y así fue: Mientras una extensa nube gris cubría la poca luminosidad que quedaba, tras un árbol la muchacha distinguió la silueta de alguien acercándose a paso lento.

—¿José?... he esperado tanto…

—Shhh… tranquila amor mío, ya estoy aquí… — respondió lentamente, hablando como en un susurro.

Sobre los labios de la hermosa muchacha se forjó un beso apasionado, al sentir cerca a su acompañante, se dejó guiar ciegamente por sus deseos y la virgen muchacha se entregó con cariño hacia el hombre que la acariciaba delicadamente, mientras besaba cada parte de su cuerpo desnudo, su aliento transcurría entre sus pechos erguidos por la helada transpiración de la noche y el fugaz éxtasis que llenaba cada poro de sus cuerpos, consumió toda la energía de la muchacha, quien abrazada a su amante antes de caer dormida musitó:  “Te amo”

Cuando los primeros rayos del alba acariciaron el rostro de la muchacha, despertó muy enferma, su rostro era pálido y sus movimientos pesados, en su vientre sentía un insoportable dolor y peor aún, su amante de media noche había desaparecido, mas antes de investigar con la mirada si se encontraba por los alrededores, encontró junto a ella una última carta:

Amor mío, te agradezco por la inmensa felicidad que tu sola presencia me ofrecía, por los días que estuviste a mi lado esperando mi llegada, por haber venido a buscarme en el bosque (aunque lo hayas hecho inconscientemente), mil gracias por haber sido mi amante. Lamento mucho haber acecinado al hombre que amabas, aquel que fingió ser quien te escribía mis versos de amor y te hacía los presentes que con tanto cariño fabricaba para ti, la rabia y los celos me impulsaron a cercenarle el cuello, antes que lograse contraer matrimonio contigo por medio de mentiras, con mucho dolor debo despedirme, pues sé muy bien que no me amas, ni podrás amarme nunca, espero que en la otra vida podamos estar juntos por siempre. Con mucho cariño Chuzalongo, hijo de Urcu-yaya volcán.

El dolor interno de la muchacha ahondó y la pena arremetió sobre su alma, al dejar caer la carta sobre sus piernas con pesadumbre vislumbró un charco de sangre que no cesaba de emanar de su vientre, las lágrimas le eran inservibles en aquel momento y al escudriñar por última vez el cielo azul, entre una soga sobre el árbol a penas distinguió ahorcado a un hombre muy pequeño, blanco y de poncho rojo; pero sus ojos pusieron atención al cordón umbilical que le colgaba de tal manera que llegaba hacia el suelo; Empero, en lugar de entrar en pánico o desdicha; Flor sonrió muy feliz por haber conocido a quien sin excepción alguna, día tras día la agasajaba con cariño y ternura, imprimiendo en sus versos todo el amor que sentía por ella.

— Hasta siempre amor mío… — susurró Flor antes de desplomarse y fallecer con la mirada puesta en su amado.



Escrita por: Christo Herrera

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Encuentro que Flor es la mujer más maravillosa que he visto en toda mi vida. me preguntó si esa persona de la foto (la flor) existirá de verdad.

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