La mierda
La calle es larga y
blanca cual si hubiera sido dibujada en papel y carboncillo. Sendas casas de
bloques y ventanales con barrotes rojos se alargan y pierden en el horizonte
infinitamente sin ningún cruce de vías. Esta es la única calle que hay.
La luna se oculta
tras nubecitas tímidas en el cielo negro. Las estrellas también son blancas
como la luna y como la calle donde ahora estoy caminando y donde en cada casa
hay un perro que mira atento mis pisadas.
Camino distraído y
hundo el pie en mierda blanca y apesta. Los perros ladran. Miro la mierda y no
tiene sombra, sin embargo, llora. Aparece de pronto un oficial tras mío. Su
casco brillante impide ver sus ojos, pero, aguzando la vista alcanzo a ver un
par de pupilas rojas tras la visera negra.
El oficial me
arrincona a toletazos a la pared. Pido razones y su argumento es que maltraté a
la mierda. ¡Hasta la mierda tiene derechos! — Debe pedir disculpas a la mierda — dice el oficial y su
voz era el de una máquina. Me hala con brusquedad, me lleva donde la mierda
está desfigurada y escucho llorar a la mierda y también ladrar a los perros. Me
pone de rodillas y me obliga a pedir perdón. — Lo siento — digo y no estoy
arrepentido. El oficial toma la mierda con su mano y la lleva a mi boca —Debe besarla — dice, me niego. ¡Gas
pimienta en mis ojos!, grito y mis ojos lagrimean — ¿Por qué? — pregunto. — Porque su derecho es
amar la mierda.
Beso la mierda. Luego
el oficial la arroja con desdén y desaparece, tal cual llegó, así, de repente.
Me levanto, dejan de ladrar los perros y dejan de lagrimear mis ojos. Mis manos
están con esposas y no puedo moverlas a libertad. Continúo, sin embargo mi
marcha y la luna ahora se alza libre de cualquier nube, blanca como la calle
donde camino.
Algunos niños
corretean riendo a mi costado y se pierden varios metros, lejos en la calle.
Los perros me miran. Más mierda en el piso y cuido el no pisarla. ¡Los perros
me miran! Ya no hay niños, ahora son hombres los que hay en las veredas.
Prostitutas y artistas con camisetas de estampas que rezan “actualidad”
hablando sobre la mierda y arrojando, de vez en cuando, filetes de carne a los
perros que hay en cada casa.
Continuó mi andar. Un
hombre está muerto en mitad de la calle y tropiezo con él. Sin querer he roto
varios de sus miembros. No importa, no hay oficiales, al parecer ni siquiera es
un crimen. Me levanto, miro al muerto y su rostro se desvanece en el
blanquinegro que gobierna la calle. De su boca sale una araña de patas largas y
culo abultado. Me asusto, retrocedo y piso de nuevo ¡La mierda! Vuelve a
aparecer un oficial de policía.
La araña se come al
hombre que estaba muerto y se aleja, todo mientras los perros me observan y
ladran. — No aprende usted — dice el oficial. —No se vulneran los
derechos de la mierda — concluye. Toma su
revólver y dispara a mi cabeza.
Autor: Christo Herrera Inapanta.
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